viernes, 24 de octubre de 2008

Ilha Grande

Las 4 de la madrugada. Buena hora para despertar. En apenas 20 minutos estoy ya listo y preparado para salir. A Rodoviaria, estación central de autobuses. Desde allí cogeré un autobús que me de una vuelta por Río, hacia el Sur.
Que me detenga en un pequeño pueblito, de colores, llamado Mangaratiba. Pequeño pueblecito bajo una montaña, toda devorada por infinidad de árboles tropicales, cuyas únicas salidas son un abrupto camino montañés por donde el autobús desciende hasta las primeras casitas y, al otro lado de la montaña, extendiéndose tan inmensamente como sólo él sabe hacerlo, el Océano. Pequeñas playas donde atracan barcos pesqueros me saludan; éstos siempre con su intenso aroma a mar, con su crujiente óxido rasgando sus viejos cascos, llenos de algas y quizás algo más. Hay, entre ellas, un pequeño puerto, donde un pequeño ferry nos espera.
La oscura noche ya ha terminado y, poco a poco, se ilumina el pueblecito con un Sol que comienzo a avistar tras las montañas. Estoy ya dentro del ferry esperando ansioso que me lleve a donde quiera llevarme, mar adentro.


Ya por fin salimos del puerto y veo alejarse y empequeñecerse más aún de lo que ya es Mangaratiba, difuminándose entre el verde de las montañas, como si nunca hubiese existido. El mar crece alrededor y apenas me queda por ver pequeños islotes pegados al continente, entre un agua brillante que refleja los rayos del nuevo día. Resulta gracioso tambalearse sobre el agua mientras disfruto del Sol en mi cara, apenas apoyado en una pared en el estribor del barco y observando la infinidad del Atlántico.
Sobrio Océano, siempre te vi frío oscuro y salvaje, ahora puedo verte transparente y cristalino, cálido por la luz que reflejas y suave y relajado, sin grandes olas que agiten tu templanza.

Por fin puedo observar, absorto, nuestro destino. Una pequeña isla crece y se agiganta a nuestro paso, ocupando todo lo que mi vista pueda abarcar.
Son todo montañas, verdes y salvajes con un pequeño pico coronando la cumbre de una de ellas. En la costa tan sólo puedo distinguir una fina línea blanca, de arena que apenas me deja distinguir rastro alguno de civilización. Aparecen islotes, pequeños y graciosos, donde pequeñas barcazas se amarran, que dan la bienvenida a Ilha Grande.


















Ya he llegado, después de 6 horas, a mi destino. Una villa, a orillas del mar, con el nombre de Abraão me saluda contenta por nuestra llegada. Grupo de turistas a lomos de un ferry dispuestos a gastarse todo lo que encima tengamos, ¿qué menos, pues, que una calurosa bienvenida?
Calurosa sobretodo, pues el Sol radiante que ya crece alto en el cielo comienza a quemar mis hombros y yo, ingenuo, desnudo mis espaldas para recibir con gusto la fuerte radiación (suerte no haberme quemado, supongo que las calurosas mañanas tirado en la playa de Ipanema al fin dieron su resultado).

Decididos, damos una vuelta por la villa, buscando alguna pequeña y tierna posada en la que alojarnos; de precios pequeños, que no nos sangren; de habitaciones compartidas, pues dormir sólo se vuelve triste y aburrido. Pero no debemos perder mucho tiempo. Todos sabemos a qué hemos venido, y no ha sido a dar una vuelta de posada en posada por el pueblo.
Queremos salir, al mar, subirnos a un pequeño barquito que nos transporte a playas más tranquilas, donde tan sólo nos molesten peces juguetones que quieran morder un poco de nuestro pan. Donde podamos relajarnos, jugar con la arena y sentir cálidos los besos cuando caes sobre ella. Disfrutar de la sombra de un árbol desconocido, mientras saboreas las tiernas y agridulces frutas tropicales que te ofrecen pescadores de la zona, que sólo esperan recibir a cambio una amigable sonrisa que agradezca el nuevo sabor que acaricia el paladar.
Queremos navegar, sólo nosotros, sin ferry lleno de turistas que nos atosiguen, atracando en pequeñas calas donde los pescadores hacen su ronda, para bucear y saludar al viejo mundo marino, que hace tiempo que no veo (¿dónde están aquellas inmersiones que disfrutaba en acantilados perdidos en el Mediterráneo, que me dejaban saborear barcos hundidos, llenos de morenas y congrios? Espero volver a disfrutarlas aquí, cuando caliente aún más el Sol de lo que ya de por sí lo hace), desde apenas 4 metros bajo el agua y sentir cómo esos juguetones pececillos ahora muerden tus dedos para que sueltes el trozo de pan que aferras en tu mano para ellos.
Cocinar carne de barbacoa en el mismo barco y disfrutar entre risas y cervezas del buen día que se extiende a tu alrededor, mientras te secas sin toalla alguna dispuesto a lanzarte de nuevo al agua, tan transparente como jamás hubieras imaginado del oscuro Atlántico, tan caliente como nunca hubieras creído de este frío océano.

No, no hay tiempo de entretenerse en el pueblo. Salgamos ya decididos a conocer Ilha Grande, ya tendremos momento en la noche de contar historias y de no dormir tirados en una cama, con dulce y salvaje sexo latino que nos arrope en la más tierna oscuridad.

Saludos a todos desde Ilha Grande.

lunes, 20 de octubre de 2008

Noche en la playa

Unas cervezas, nada más. Después tendré que volver a casa.

La noche, según avanza, se vuelve más divertida. Dulces licores empiezan a emborracharme y yo, tonto y como siempre, sigo saboreándolos.

Llega el momento de volver a casa, ya es tarde. Pero no sé por qué, no puedo volver. No quiero volver. Quiero continuar. Quiero seguir lamiendo del fondo del vaso. Hasta que no quede más. Y después sentarme en la playa. Sentir bajo mis pies, descalzos, la fría y húmeda arena que me acaricia, que se cuela entre mis dedos y se aferra, fuertemente, entre los recónditos huequecitos de mi piel. Poder ver la Luna, enorme y brillante, y las pocas estrellas que consiguen sobrevivir a su intensa luz.

La Luna se marcha y, atravesando la costa, intento seguirla. Pero es mucho más rápida, no puedo hacer nada. Tan sólo despedirme de ella. Y tras ella las pocas estrellas que quedan también se alejan. Mira, incluso una estrella fugaz despistada cruza el cielo detrás de la Luna. No quiere quedarse atrás.

Empieza el frío y el agua del mar, ahora, es cuando más caliente se siente. Mojo mis pies y descubro que necesito más. Tengo que entrar, nadar, disfrutar de las olas. Dentro, el agua salada no es suficiente para dejar de sentir dulces los besos que acarician mi boca.

El cielo comienza a volverse rojo, intenso. Al fondo, detrás de Arpoador, comienzan a difuminarse lineas anaranjadas y amarillentas de colores, que ascienden, lenta pero muy rápidamente, para dar paso al Sol. "Buenos días", le susurro a la vez que me ciego con sus primeros rayos. Él me sonríe y me ayuda a secarme, pues no hay toallas que arropen mi piel.

Creo que se me ha pasado un poco la hora, vaya tontería. Debería volver a casa, antes de que un nuevo día me secuestre; y me olvide qué estoy haciendo aquí.

"Buenas noches, Sol".

domingo, 19 de octubre de 2008

Mujer

Linda figura amazónica. Que te seduce, te engaña. Cuerpo desnudo, de ébano, que cuando lo observo me hipnotiza, me envenena. Me olvido de todo lo demás.
Puedo sentir cuando rozo su piel, suave tacto de seda, que 3 meses de intenso Sol no son suficientes para camuflarme en su color.
Su sonrisa blanca, psicótica, me vuelve loco. Sus ojos oscuros, negros, me ciegan. Su cabello rizado, brillante, me enreda aún más.

Joder, adoro esta demencia.

jueves, 9 de octubre de 2008

Alucinante

Vamos a salir. A cantar, a bailar. A besar. Ayá donde los sueños se confunden con la espuma, blanca, de nuestra bebida. Ayá donde suenan canciones de veinte planetas.

Podré enamorarme, una noche más. Y podré enamorar, otra noche más. Divertida ciudad donde un gesto basta para conquistar.

Iré a Lapa. Allí los arcos, de piedra, serán mi refugio. Siempre debajo la música busca su huequecito, para poder sonar. Retumbar en las paredes y escapar, fugaz, perdiéndose por callejuelas serpenteantes en busca de la Santa Teresa. Aquí los besos me emborrachan aún más, curiosa delicadeza. Aquí puedo olvidarme cómo llegué aquí...

Vaya, ya casi puedo sentirme allí, sin moverme de casa. Qué alucinante. Y es que mi cuerpo permanece aquí sentado, pero mi cabeza no responde. Ya se ha fugado, sola. A cantar, a bailar, a besar. Deberé ir a buscarla.

En fin, ya nos vemos.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Dos meses

El tiempo, menudo juguete escacharrado. Por más que ajusto tus tuercas no andas. Te detienes, inmóvil, te apagas. Pero cuando me doy la vuelta empiezas a correr. Me sobrepasas, no logro atraparte. Quieres correr, y empiezas a volar. Y detrás de ti, como si fueses avión, vas dejando una estela de colores, de imágenes que me pertenecen y sé que nunca olvidaré, por mucho que las abandones atrás.
No me queda más remedio que recogerlas, una a una.

Y es que dos meses no es nada, pero también es mucho tiempo.

Recuerdo cuando llegué a esta ciudad, nueva, diferente. Inquietante. Ya en la primera noche pude sentirme perseguido y observado. Eso no ha cambiado. No creo que cambie.
Añoro la primera noche de fiesta. Inolvidable. El primer amanecer en Copacabana. Y el segundo. Y el tercero.
En mi memoria queda cuando la pequeña Noelia me llamó desesperada, sobrecogida por las desgracias de este mundo. Creo que ya no es tan pequeña.
Nunca olvidaré cuando recibí mi bicicleta, como si fuese niño de 12 años. Ir con ella esa misma tarde. A lugares escondidos. Entre rocas, en el mar. Y ser apuntado por primera vez con un arma. Y es que con ella he podido ver bastantes historias, ¿verdad corazón? Recorrimos Lagoa mil y una veces. Subimos cuestas endiabladas con la única satisfacción de, en la bajada, recibir el viento; frio, en nuestra contra. Surcar acantilados y, ya sin aliento inhalar de nuevo el puro oxígeno marino. Sentado al filo del mar. Inmenso, azul, brillante. Impasible. Y poder mirar al infinito, donde el mar se pierde, donde el viejo mundo se encuentra.
Parece que fue ayer cuando organizamos la primera fiesta de cumpleaños. Luz tenue. Música latina. Felicidad.

Muchas cosas han acontecido. Otras quedan por acontecer. Y creo que nunca podré olvidarlas.
Las estoy guardando todas, como coleccionista de sueños. He creado, con ayuda del cielo, una cajita hecha de estrellas. Que al abrirse rechine oxidada infinidad de ritmos acompasados por mis recuerdos y mis fantasías. Que me deje ver todo lo vivido y, con ayuda de una manecilla blanca, dar cuerda a mi tiempo. Poder viajar en el tiempo, ver mis sueños. Del pasado. Del presente. Del futuro. Saber con qué soñaré mañana.
Es una pena que la cajita sea de estrellas. Todas tan pequeñas. Tan huidizas. Nunca podré contar todos mis sueños. Siempre, el más pequeño, se me escapará. Y es que todas las noches igual; a tí nunca logro atraparte.

Queda bien poco para mi cumpleaños. Aquí en Río. Tan lejos de mi ciudad natal. Rodeado de nuevos amigos. Recurro a mi cajita de sorpresas para saber qué acontecerá. Pero la he perdido. Qué cabrona. Se esconde cuando más la necesito. Tendré que reinventar mis propios sueños. Deberé soñarte a ti. A todos.
Soñar, con mis sueños.

viernes, 1 de agosto de 2008

Una tarde cualquiera

¡¡La cabeza me va a estallar!!

Veinte mil ideas juguetean con mi cabello y yo ya no sé que hacer. He perdido la noción del tiempo, he perdido el sentido, la realidad. Sólo pienso en poder escribir lo que pienso; pero nada de lo que pienso está escrito, ni nada de lo que escribo realmente lo pienso.

Necesito tiempo, para sentarme a pensar, escribiros a todos tranquilamente, y contaros cómo me va todo (en verdad, muy bien, penséis lo que penséis).

Espero escribiros pronto.
Un saludo

domingo, 20 de julio de 2008

En la inauguración del Festival de Rio

Es momento de pensar, ¿verdad jefe? Momento para soltar todo el aire escondido en mis pulmones.
Exhalo una calada de suaves ritmos de tambores y recuerdo pequeños cuentos cantados a ritmo de samba latiendo en algún lugar de mí. Creo que no he podido elegir mejor momento para escribirlos. Ahora sí, puedo sentirlos.

Arropados por la fina arena de la playa inhalamos bocanadas de aire latino. Sabe a olas, a mar intenso. También puedo saborear el crujiente polvo de la playa, que me acaricia, que se cuela en mis pulmones; sabe a infinidad de historias, algunas innarrables.
'No sueltes el aire, contenlo un poco más; ya tendrás tiempo de volver atrás.'
Sentados en la arena hablamos de vidas ajenas, de cuentos inconclusos, de felicidad, del fuerte olor que nos rodea. Mientras puedo escuchar, de fondo, cómo la luna, roja como sólo ella sabe estar baila y chapotea jugando con las olas, mojando sus delicados dedos y haciendo círculos infinitos.
Y al otro lado del oscuro océano consigo avistar, con ayuda de un lince mi otra vida, mi otra casa, lo que he dejado atrás. Tranquilo jefe, volveremos a vernos. Pero ahora no.




Ahora tengo que volar entre mis sueños, sentir nuevas amistades y bailar al compás de ritmos latinos. Y es que quién me diría, hace un año, que podría estar una noche como esta aquí, con dos colegas, compartiendo pensamientos y contando estrellas, como si el firmamento fuese lo suficiente pequeño como para atraparlo entre mis manos. Seguro que alguna pequeña estrellita logra escaparse, es imposible cogerlas todas.
Aquí la noche es larga, como nunca, como siempre; el mar se calienta más aún cuando le acaricia la luna descansando de un largo día azul. Me quedaría aquí, contando estrellas, toda la noche si fuese necesario. Pero no hay tiempo de cogerlas a todas. A tí, linda y blanca chiquitita, a tí te cogeré mañana.



Arropo la noche, pues esta vez soy yo quien le debe una grata compañía. A cambio me ofrece sabores intensos, colores llenos de sensualidad que me acarician como suaves plumas voladoras, delicadas caderas que siempre, siempre, consiguen envenenarme y hacerme caer en un sueño profundo de fantasía.
Y con el veneno en la sangre, son ahora mis pies los que danzan al compás del 'chocalo' que suena dentro de mi cabeza.

Quien no huela estos sabores tropicales sin duda no podrá saber de qué estoy hablando. Hay que sentirlo, hay que vivirlo. Acariciar cada centímetro de aire que roza mi piel y notar que puede mecerme, llevarme flotando al origen de todo. Una bocanada de aire, ése es el origen, intenso como el sabor de la marihuana, de origen latino y siempre sensual, que guardo en mis pulmones esperando el instante de soltarlo, de volver a empezar. Queda poco.

Amanece y de nuevo en la playa me despido de la luna, y de tí, pequeña estrellita, ya conseguiré atraparte. Ahora ya puedo dejar escapar el aire.
Sí, creo que ahora es el momento.





Es momento de pensar.


Dedicado a todos aquellos que, en mayor o menor medida, os acordéis de mi (yo también de vosotros), porque sois los jefes que han dictado mi felicidad. Un abrazo